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24 de febrero de 2010

El árbol de Obama


"Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro", o eso dijo José Martí que había que hacer para tener la condición de hombre. En esa frase, tenemos dos voluntades que requieren resultado para su comisión: tener un hijo y escribir un libro; y una que es meramente comisiva: plantar un árbol. Supongo, que si el árbol se muere, lo talan o no crece su semilla, no importa, puesto que se ha plantado, de facto, un árbol, se ha tenido la voluntad. Obama recibió el año pasado el Premio Nobel de la Paz. Al ganar las elecciones a la presidencia de EEUU dejó de ser un candidato, una persona, para convertirse en un símbolo. Su mera elección generó esperanzas de cambio y el "Yes, we can" llegó a todo el mundo. No hizo falta que ese símbolo hiciese gran cosa para ganar amistades y resolver conflictos. A Obama le ha tocado ser una Institución, ser negro, el primer Presidente negro, ser demócrata, ser conciliador, ser un símbolo... el hecho de ser le convierte en lo que es: la esperanza de un mundo que necesita recuperar antiguos valores y redirigirse. Esto, unido a su esfuerzo por conseguir la Paz -aunque no haya dado frutos, aunque haya sido un esfuerzo tímido o una mera voluntad sin ejecutar- le hace merecedor del Premio Nobel, Obama ha plantado el árbol. Los electores del Nobel que le escogieron han dado un giro a la cultura meritocrática en la que vivimos, para dar un toque de atención. No han olvidado que el esfuerzo es lo más importante, del resto se encarga la diosa Fortuna, como escribió Maquiavelo.

"Efectivamente, el mundo progresa lentamente: hace sólo trescientos años me hubieran quemado". Sigmund Freud

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