Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






11 de noviembre de 2012

Siempre fuimos pobres

 Amaia se ha tirado al vacío en Bilbao. Le iban a ejecutar la hipoteca. Y vendrá alguna Persona más, con sus amores y arrepentimientos, que prefiera desaparecer antes que sufrir sin medida, porque le debe a una cosa -un banco no es una persona- su forma de cobijarse en el mundo de los hombres.

Veo gente paseando por la calle. Un señor tomando café, piernas cruzadas, sin periódico, pantalón de pana. Lame la cuchara tras acabar de un tímido sorbo lo que quedaba de tarde en la cafetería, aquel lugar común que comparten todas las ciudades. Paseantes solitarios o acompañados. Sin leer, sin ir a un sitio, tan solo pasear para tomar el aire, pensar. Creo que nunca he visto a tanta gente hacer esto. Agradezco a la crisis que haya traído, entre tanta crueldad, alguna virtud. Antes no paseabas, uno iba de un sitio a otro. Ir a cenar, a comprar, al cine, a Hacienda, a ver a la abuela, a Paco, a Jesús, a una reunión, a dormir. Me da la sensación de que nos estamos acercando a nuestro corazón, cuando nos habíamos alejado de él quizá movidos por el interés de la razón, del placer que dicta la satisfacción espontánea que permite un logrado sueldo. Veo cada vez más solidaridad y curiosamente tengo cada vez conversaciones más enriquecedoras. Le agradezco a la crisis que me esté enseñado a escuchar. No habrá dinero para comprar todos los días el periódico, ¡mejor!. "No hablemos de política", oigo por ahí, "dime qué tal estás". No solo hay maldad en el cambio: hablar, hablar y pasear, pasear, querer, comer, sentir. Soñar.

A tí, Amaia Egaña.

2 de septiembre de 2012

El remanso vagabundo

¿Hemos perdido la valentía?. ¿Acaso ya no tenemos valor?. Estamos dormidos, en la cuneta del progreso tecnológico. Vemos pasar la vida, que fluye por nosotros sin darnos cuenta de que nosotros somos la vida misma. Y no tenemos la valentía de coger la vida por el cuello y hacerla siervo de nuestra voluntad. Parece que delegamos la responsabilidad de ser nosotros mismos en otras personas, otras cosas. Y no respetamos que los demás sean como son, porque tenemos tan metido un modelo de comportamiento que en cuanto nos encontramos con alguien auténtico huimos de él. Lo imprevisible está muy mal visto, incomoda. En el juego capitalista el remanso es la herramienta para dominar, no cabe el oleaje ni una tormenta. La inteligencia del buen estudiante se limita a dominar lo rutinario y nos perdemos frente a la crisis, al golpe, a la imprevisión. La crisis económica por la que pasa medio Mundo -el otro medio lleva en crisis toda la vida- es un ejemplo de la podredumbre de los valores de los que manejan los hilos del devenir de los sometidos a una vida que consiste en dejarse llevar plácidamente por el vagabundo remanso capitalista. El que no quiera vivir en el seno de la tranquilidad inoculada, debe ser valiente y tendrá que pelear por ser feliz. Tendrá que enfrentarse a los poderosos clichés e, incluso, a sí mismo. Para mí ser feliz es hacer un buen balance entre lo hecho y lo deseado cuando llega la hora de la verdad en la que a uno se le va el aliento y dibuja una media sonrisa, bajo los pliegues de unas elegantes arrugas -si se da el caso-, rodeado de buenos recuerdos y pocos o ningún arrepentimiento. Puede que cuando uno sea valiente y procure ser fiel a sí mismo, no tenga miedo a la muerte.

"El amor vive en el corazón de los valientes". Anónimo

12 de enero de 2012

Pregunta a ese niño

Estamos entretenidos, muy entretenidos con el juego de la "vida adulta". Es curioso que acuñemos términos para designar cosas que no existen ni en el mundo de las ideas. Parece que la vida contemporánea consiste en entretenerse quemando etapas. Etapas inexistentes que tratan de justificar una diversidad que anhela el aburrido y rutinario estilo de vida del trabajador posmoderno. Nuestra conducta refleja una ausencia preocupante de proyectos vitales. Depositamos la responsabilidad de aportar a nuestro corazón la necesitada ansia de sentirnos vivos en un entretenimiento tan inocuo como enredoso, el pasar página, el día siguiente, el nuevo trabajo, finalizar la hipoteca, irnos a vivir juntos, jubilarnos. Parece que confundimos lo que nos ayuda a progresar con el progreso mismo. Aunque para mí, progreso es una de esas palabras que no tiene una realidad en la que cristalice y dudo que progresar sea mudarse a una casa más grande. Pido que cuestionemos lo que hasta nosotros mismos pensamos. Preguntemos a los niños, ellos suelen creer lo que piensan y saben qué les gusta, bueno, a los pocos niños que sus irresponsables padres todavía no les han corregido la espontaneidad.


"La infancia es la patria del hombre". Ángel González