¿Qué son los celos?. María Moliner lo define como
“sentimiento penoso experimentado por una persona por ver que otra cuyo cariño
o amor desearía para sí sola lo comparte con una tercera, o por ver que otra
persona es preferible a ella misma por alguien”. Se trataría pues, de un
sentimiento penoso, de un sufrimiento. Hay muchas formas de tratar con el
sufrimiento: la ira, la angustia, la tristeza… y todas son consecuencia de tal
sentimiento penoso. Según Séneca, “la ira es el ánimo de devolver un
sufrimiento”. Consecuentemente podemos llegar a sufrir con que otra persona, en
apariencia o en realidad muestre indicios que percibamos como su omisión del
deber de cariño que sentimos ser acreedores. Esa interpretación podemos engastarla en
nuestro dolor y procurar una consecuencia que resulte dramática, como la
planteada por Séneca.
Quizá debamos pensar que el
dominio sobre el sentimiento amoroso no es monárquico. Interpretar el aprecio a
otro como el desprecio a nosotros es una línea de pensamiento que puede
llevarnos a pensar que somos menos, si es que nos valoramos a través del cariño
del otro, o que nos despierte a una realidad que consideremos como traidora por
la sensación del deber de correspondencia. Ese sentimiento de ser menos puede
llevarnos al caso de Romeo y Julieta o de Alfonsina Storni. Nos hacemos
acreedores -de nuevo- en el dominio de las sensaciones y todo dominio es ilegítimo, por
mucho que hayamos creado instituciones sobre los bienes materiales como la
propiedad o la posesión. Frente a esa virtual expropiación del derecho de
retorno del amor –aunque el otro siga afecto a nuestro cariño- reaccionamos
como si nos debiera, efectivamente, una correspondiente demanda de nuestras
sensaciones para con esa persona. El amor puede convertirse en un tirano si lo
albergamos mal en nuestro corazón.
Comparar la persona como un patrimonio nos
aboca a ambicionar ese bien, como dijo el Cardenal Richelieu “el oro y la plata
son los verdaderos tiranos del mundo y aunque su dominio sea ilegítimo sería
una auténtica sinrazón no someterse a su tiranía”. Convertir al amor en tirano
sería la auténtica sinrazón. Ver al otro no como un patrimonio sino como una suerte quizá consiga que disfrutemos de él mientras nos dure.
"El celoso ama más, pero el que no lo es ama mejor" Molière