Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






14 de diciembre de 2015

Monarquía absoluta permanente

           ¿Qué son los celos?. María Moliner lo define como “sentimiento penoso experimentado por una persona por ver que otra cuyo cariño o amor desearía para sí sola lo comparte con una tercera, o por ver que otra persona es preferible a ella misma por alguien”. Se trataría pues, de un sentimiento penoso, de un sufrimiento. Hay muchas formas de tratar con el sufrimiento: la ira, la angustia, la tristeza… y todas son consecuencia de tal sentimiento penoso. Según Séneca, “la ira es el ánimo de devolver un sufrimiento”. Consecuentemente podemos llegar a sufrir con que otra persona, en apariencia o en realidad muestre indicios que percibamos como su omisión del deber de cariño que sentimos ser acreedores. Esa interpretación podemos engastarla en nuestro dolor y procurar una consecuencia que resulte dramática, como la planteada por Séneca.

Quizá debamos pensar que el dominio sobre el sentimiento amoroso no es monárquico. Interpretar el aprecio a otro como el desprecio a nosotros es una línea de pensamiento que puede llevarnos a pensar que somos menos, si es que nos valoramos a través del cariño del otro, o que nos despierte a una realidad que consideremos como traidora por la sensación del deber de correspondencia. Ese sentimiento de ser menos puede llevarnos al caso de Romeo y Julieta o de Alfonsina Storni. Nos hacemos acreedores -de nuevo- en el dominio de las sensaciones y todo dominio es ilegítimo, por mucho que hayamos creado instituciones sobre los bienes materiales como la propiedad o la posesión. Frente a esa virtual expropiación del derecho de retorno del amor –aunque el otro siga afecto a nuestro cariño- reaccionamos como si nos debiera, efectivamente, una correspondiente demanda de nuestras sensaciones para con esa persona. El amor puede convertirse en un tirano si lo albergamos mal en nuestro corazón. 
Comparar la persona como un patrimonio nos aboca a ambicionar ese bien, como dijo el Cardenal Richelieu “el oro y la plata son los verdaderos tiranos del mundo y aunque su dominio sea ilegítimo sería una auténtica sinrazón no someterse a su tiranía”. Convertir al amor en tirano sería la auténtica sinrazón. Ver al otro no como un patrimonio sino como una suerte quizá consiga que disfrutemos de él mientras nos dure.

"El celoso ama más, pero el que no lo es ama mejor" Molière

3 de octubre de 2015

Libertad y manzana

¿Qué es la libertad?. Ciertamente, no tengo ni idea. Llevo meses tratando de pensar qué supone, qué es. Puedo leer a Descartes con su res cogitans, libre per se. En su carta a Mesland admite que "lo libre y espontáneo y voluntario son completamente lo mismo". En El ser y la nada Sartre dice "cada persona es una elección absoluta de sí misma". Descartes sigue con sus disquisiciones pero ya metemos a Dios. Y Dios no es más que la moral pública.
Ahora viene la parte en la que toca elegir. Y no existe la elección. Nosotros en nuestro pleno juicio y facultades ya sabemos qué queremos. Es necesario que sigamos el camino sin dejarnos seducir por lo que pensamos de otras elecciones posibles que la razón, Dios o la moral nos marquen. Es el espíritu, el corazón el que ya ha decidido. Resulta dramática y deliciosa la frase de Las Metamorfosis de Ovidio en la que cita: "video meliora proboque, deteriora sequor", esto es, veo lo mejor y lo apruebo, pero persigo  -quiero- lo peor.
Yo soy, existo en mi complejidad y me gusto. Reconozco que hay cosas que me gustan de mí que son causa ajena a la libertad -una educación, encauzamiento materno o elecciones. Siguiendo nuestra propia naturaleza, la libertad es algo a lo que tender. No existe. Pero podemos acercarnos a ella, liberarnos, siempre que seamos nosotros mismos quienes discutamos sobre la liberación.

"Yo nunca he fumado marihuana porque eso da celulitis" Valeria Mazza

16 de febrero de 2015

El anillo de Giges

Hace unos días me enteré de que quemaron vivo a un chico. Por algo, por un motivo, bajo el asombro de la técnica, con un rodaje contemporáneo y buena realización, con la excusa de la religión.
El anillo de Giges es un bonito cuento de La República de Platón que cuenta cómo un campesino encuentra un anillo mágico que al girarlo lo convierte en una persona invisible. El campesino acaba cometiendo injusticias por su interés: mata al Rey y se casa con la reina. Podemos hacer una lectura sobre lo justo y lo injusto de esta historia, pero Giges no atormenta por placer. Giges es un campesino que representa lo vil de lo humano, pero no tortura, no disfruta de la muerte, sino de sus frutos.
Estas personas han torturado a un joven, hace ya 300 años de la Ilustración y hoy han quemado vivo a un niño y lo que hay detrás es un club, un grupo que cree unirse por una amistad incondicional, cuando les une el placer por el interés y no el interés mismo. Es una amistad por bienes difuntos, un delirio en pos de una deidad. Dios vale menos que ese chico y que Giges o Platón y si Dios existe, no está presente en el corazón de esos hombres, sólo el placer de ver su complacencia reunida en un espectáculo nefando. Espero que el cuerpo ardiente de ese chico sirva de antorcha a nuestros principios y no seamos tan abyectos como aquellos que disfrutan en el agravio y el tormento.