Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






25 de noviembre de 2010

De la cólera

"La ira es el ánimo de devolver un sufrimiento". Séneca

Esta vez, os escribo desde los pliegues de mi corazón, queridos descontentos, pues la ira es hoy, para mí, causa y consecuencia. Consecuencia de una vida, causa de un desaire.
Históricamente, las formas no sólo sirven para halagar, incluso doblegar, sino para respetarse a uno mismo y ,por extensión, a los demás. Hace poco, yo falté al mío y estoy descontento por ello. La rabia, que intenta campar siempre a sus anchas por nuestras arterias, hay que contenerla con la razón, con el sosiego, con el corazón, hasta que, simplemente, no surja. La ira rompe lo que más queremos y devuelve un sufrimiento, sí, pero provoca muchos. Debemos querernos a nosotros mismos y no a través de los demás. Si los demás no nos quieren y nosotros sí, progresamos, si los demás nos quieren y nosotros sí, también; pero si no nos queremos, amamos a nosotros mismos, nunca veremos el amor de los demás. Perderemos entonces las formas, porque surgirá la cólera. Y la cólera no se puede contener, es un perro rabioso que muerde el interior y al resto. Pero se puede expulsar de nuestras concavidades. Hay que tener valor, ser constante, para matar las rabias, para matar nuestra parte mala y eso se hace conservando las formas, compartimentando situaciones en las que se nos ponga a prueba y convertir esa fuerza en amor, progreso, proyectos, apoyo, vitalidad; el tiempo hace el resto. De este modo se cultiva la felicidad. Por mi parte, ayer fui inconstante. Hoy, para intentar arreglarlo, lo que hago es quererme más que ayer. Cuanto más nos queramos, más puro es el amor que regalamos y menos oímos las voces que intentan justificar el desasosiego.


Dedico este post a todos los que han padecido la ira de los demás y, en concreto, la mía.

22 de noviembre de 2010

Cosificación de la vida

Dicen las sentencias de Derecho Penal del Tribunal Supremo español, esto es, la jurisprudencia española en materia penal, que la muerte "es la cosificación de la vida". Y cosificar no es más que hacer de algo una cosa. De este modo, los magistrados con aires de filósofo en paro que disfrutan del buen whisky, postulan que para ellos, la muerte es cuando la vida se hace "cosa". Resulta muy romántico que el cadáver sea una metáfora de la vida. He aquí mi inquietud: las cosas y las personas.
Hace poco que analizo los procesos mentales de las personas. Pues la mayoría de nosotros, cuando queremos hablar de las cosas, pasamos a hablar de las personas, sin darnos ni cuenta. Un ejemplo claro es la política, que es el arte de, precisamente, lo inverso a cosificar: personificar. Las cosas, los actos, llevan al malhechor y ya no hablamos del recién inaugurado tren, sino del "lavado de cara" de tal político. Y esto nos pasa con nuestros amigos, parejas, padres. Un regalo que no ilusiona no es una cosa sin más, sino que se extiende al amigo que lo regala y pasa a ser un amigo que desilusiona. Esto podría llamarse "presunción de maldad". Y la carga de la prueba -el demostrar algo- la tiene el presunto culpable. Hay que explicar que no se hizo a mala idea e incluso, pedir perdón por cometer tan pecaminoso error. Es fácil ver un regalo, sí, saber si a uno le gusta. Pero es complicado ver un esfuerzo, un gesto que oculta cariño sincero, un silencio que no refute lo que queremos oír. Olvidamos estas cosas fácilmente en pos de lo fácilmente visible. Acostumbrémonos a dudar de lo malicioso, a pensar antes de hablar, a aguantarnos y que los minutos se coman la ira que poco a poco, irá desapareciendo. Será solo amor la cosa que sintamos. Hablaremos, entonces, de objetos y de sujetos, pero por separado.

"A veces un no niega más de lo que quería (...) Se dice "no, no iré" y se destejen infinitas tramas tejidas por los síes lentamente". Pedro Salinas

4 de noviembre de 2010

¿Capitalismo o fetichismo?

Es nuestra responsabilidad acabar con el régimen económico vigente. Debemos romper con un modelo de riqueza que fomenta lo peor de nosotros que, como especie, somos capaces de desarrollar. Un niño que prospera en un buen ambiente, tiene muchas posibilidades de crecer sano y ser un hombre recto. Los hombres que hoy manejan las palancas del capitalismo debieron ser niños desdichados, tristes, poco queridos. Y la mayoría de nosotros -y de ellos- continúa siendo niños. La falsa felicidad del fetiche es algo que el capitalismo nos ha enseñado desde pequeños, ha sido nuestro ambiente. Los regalos materiales producen gente que, sin dinero, resulta de por sí desdichada. El que tenga dinero puede comprarse coches de juguete o gominolas hasta que muera. Pero el capitalismo no puede comprar todos los sentimientos, esos que no pueden comerciarse son los que generan mayor daño al propio sistema. Un pobre que no se sienta desdichado es un fracaso para el capitalismo.

El éxito es un invento del siglo veinte. La meritocracia se ha creado para que los vagabundos se sientan frustrados y los "triunfadores" lloren de alegría y chapoteen entre su reconocimiento. En lugar de dejar ese reconocimiento a nuestra conciencia, lo depositamos en otros. Y podremos decir que la culpa fue del capital.

"Quien enseña a un hombre a morir, le enseña a vivir". Montaigne