Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






19 de noviembre de 2011

Tecnocracia

Es la palabra "felicidad" un arma peligrosa. Ya sea vacía de contenido, huera o cargada de presunciones. En nombre de ella y del "bien" se cometen las mayores fechorías. Y si denominamos a ese bien el "bien común" ya convertimos el concepto en un arma de destrucción masiva. La torpeza radica en que no todos los individuos de la Tierra tienen la misma moral. Esa moral es la que llena el contenido del bien, la felicidad, etc. Todo está dicho: "el bien del espíritu, el espíritu lo habrá de hallar"*. Y los "mercados" quieren que ese bien que buscamos sean cosas, en lugar de lo inmaterial. Quieren una moral universal a su imagen y semejanza, esto es, que tener un Mercedes-Benz sea un éxito tanto en Las Malvinas como en India. Por todos los medios tratan de que la moral capitalista sea cultura. La globalización es una revuelta cultural que trata de uniformizar no sólo el atuendo de trabajo, sino la persona en su raíz. El "bien común", la "felicidad" es una prima de riesgo sostenible, una Bolsa con especulaciones "razonables" y un Gobierno tecnócrata. Roto esto la única solución es amortizar la inversión pública en defensa.

*"Sobre la Felicidad", Séneca.

22 de octubre de 2011

Con altura y cariño

Recientemente ha sido asesinado Muamar El Gadafi, famoso y polifacético coronel y dictador libio. Su simbólica muerte acaba con más de cuarenta años de "reinado" y con el asentamiento histórico de la era de las "Primaveras árabes".
Estas revoluciones permiten a Occidente una visión panorámica, neutra y cómoda sobre acontecimientos donde el interés contable es el pabellón de un buque cargado de buenas intenciones y manidas palabras. Los periódicos europeos le imprimen un peralte a toda reflexión sobre el status quo en el norte de África, como si la digna Europa asintiese con decepcionada tez a sus hermanos pequeños sobre cómo hacer a tiempo las cosas. La madurez se refleja en Europa a través de lo viejo y lo viejo perdura en Europa más de la cuenta. Esos valores retorcidos, secos de la desmoronada Europa vuelven al Continente como un falso padre que, además de abandonar a su venerable y necesitada madre, Grecia, se deshace dando consejos y monta naipes colmados de comodines que priorizan la mimada voluntad de décadas de abuso, derroche y delirio de un anciano europeo torpe y conservador. Y mientras tanto vomitan de terror todos los tiranos que antaño taparon su frío con la suave manta de la diplomacia y logística europeas que pedía a cambio petróleo barato y quién sabe qué cosas, ¿acaso las veremos?. De momento lo único que no vemos en las revueltas árabes son mujeres ni un espíritu que trascienda el mero derrocamiento del líder.
La reforma que todos esperábamos, tanto aquí como allí se hace esperar en pos de una contrarreforma que consiste en apuntalar, sin que nos demos cuenta, a dictadores más temibles que Gadafi. El capitalismo es la máquina de la contrarreforma y es muy precisa, engendra dictadores, cadenas de dictadores y teje con finura sus relaciones, tanto visibles como invisibles. En Europa todos somos resultado de esa máquina que a través de la educación nos ha inculcado sus valores y ansias. Una de sus ansias es el dinero, que corrompe más a los hombres que a las mujeres. Los hombres son capaces de renunciar por dinero. Renunciar a su honor, a su vida, a sus hijos. La mujer, extensivamente, no renunciaría nunca a su hijo, el mismo que ha crecido dentro de ella y que ella ha cuidado aún sin verle la cara.
La mujer tiene en su mano un poder infinito que ni Gadafi ni Europa ni Dios puede competir con él. Ya sea a través de interpretaciones sesgadas del Corán, de Leyes que la impidan conducir, de horarios laborales imposibles de compatibilizar con una vida saludable o estigmatizándola a través del pecado original. La mujer ha sido muy temida desde antiguo y lo sigue siendo. Ya es hora de que el hombre admita la realidad de las cosas y le ceda el testigo de lustros a un género que ha preferido no discutir, sino parir y querer. Y estoy hablando del hombre y la mujer con altura y cariño, sin caer en la absurda disputa banalizante. Espero que la revolución sea, por fin, mujer.

14 de julio de 2011

La isla de Pascua

El progreso y el crecimiento no son la misma cosa. Una economía basada en el crecimiento no es igual a una economía basada en el progreso.
El cuerpo humano crece, sí. El niño, esa criatura tan entrañable, es una esponja que atrae hacia sí todo aquello que le rodea. Esto es, absorbe su mundo y participa de él. Cuarenta años después, el resultado es el flujo de una esponja que chorrea la memoria de su infancia. Y dejó de crecer hace ya tiempo.
La economía es un adulto que se niega a madurar. Hace ya tiempo que debió dejar de jugar con las personas. Pero esto es una metáfora, claro. La responsabilidad la tenemos todos nosotros, que hemos madurado a duras penas en lo personal y en lo material apenas estamos en mantillas. La estructura que arbitra la economía de libre mercado, el capitalismo, es decir, lo que nos obliga a traficar con dinero, está regulado por individuos con ánimo de lucro que desconocen el impacto que tiene en las personas lo que están haciendo y también que su nombre quedará en los futuros libros de texto. La era digital, cuando el hombre llegó a la Luna, es la edad en la que el hombre mutiló el progreso para obrar en favor del sistema de comprar y tirar.
El sentido de responsabilidad intergeneracional ha descansado en la conciencia del hombre desde que se taló el primer árbol. Solamente las sociedades desaparecidas se han traicionado a sí mismas obviando que el planeta es finito, como los habitantes de la isla de Pascua. Sin embargo, Pascua es una isla. Sin pascuenses.
Creer que el capitalismo es una sucesión de primaveras en un mundo en el que ganar la lotería es lo mismo que alcanzar la felicidad es un delito en el que matamos los principios que más honorables nos hacen frente a nuestros ojos. Los mismos ojos que leerán los párrafos en que futuros pedagogos intentarán explicar el delirio que padeció el hombre en el siglo veinte.


"Cojo mi bien donde lo encuentro". Montaigne

8 de junio de 2011

Spanish involution

Aparentemente la sociedad civil española ha derramado, entre algunas fracturas de la estructura capitalista, cierta indiganción para con el modelo económico y de convivencia. El movimiento "15-M" que empezó en la famosa Puerta del Sol ha sido una buena excusa para menear los labios estas últimas semanas. Resultaba algo más que anecdótico que el pueblo no abuchease los impúdicos excesos de la tiranía del capital y, ahora, ya abucheados, lo que me impresiona es que los presuntamente indignados repitan los mismos clichés de la sociedad estamental en la que vivimos. La prudencia, la elección, no excluyen el valor y la indignación de los descontentos con el actual régimen y deben ser principios rectores que articulen el discurso y mantengan la naturaleza y rumbo de un argumento que pretende ser más razonable, o menos loco, que el actual modo de gobernar. Y veo que los indignados se están encerrando en sus propios límites, su nervio se está templando y la burocracia aparece más de la cuenta. La imagen del movimiento 15-M es la de una empresa, una marca con un ideal y un objetivo. El hecho de demandar democracia real constriñe una indignación que va más allá de anhelar un modelo de Estado. Lo que debería oírse es una indignación sin apellido que haga enrojecer a una Sociedad consciente de su derroche.

7 de marzo de 2011

Ser mayor

Dentro de las corrientes filosóficas, hay una denominada determinismo. En el determinismo cristaliza la idea de que no existe el libre albedrío. Decisiones externas  determinan nuestra -virtual-elección. Spinoza, filósofo holandés del XVII postuló un determinismo influído por el que él creía que decidía sobre todos: Dios. Por tanto, para Spinoza la conducta viene determinada por designio divino. Pero Spinoza no vivió la era del petróleo, el PC y el ibuprofeno. Podríamos decir que Dios, efectivamente, ha muerto. Sin embargo, no ha dado paso al superhombre, como Nietzsche querría, ha dado paso a un consorcio sin Olimpo: el Nasdaq, Moody´s, Exxon-Mobil, HSBC, Goldman-Sachs... Y como en el caso del primero, nos hemos creído sus bienaventuranzas. Se nos está olvidando que hay muchas maneras de trabajar. A veces, poner la mano a final de mes no es la forma más saludable de vivir. Los procesos vitales, el desarrollo personal no va ligado a la forma de trabajo que observan las compañías ni los ritos sociales.
Lo primero que se inocula en nosotros es la necesidad de ser algo de mayores. ¿Qué vas a ser de mayor? pues yo mismo, supongo. Lo decimos sin pensar que estamos siendo lo que hacemos. Nuestro oficio acaba siendo nuestro carácter.
Es curioso, las personas que más triunfo y éxito cosechan en su oficio, por lo general, resultan las más infelices. En cambio, los que escogen son los más afortunados en su vida personal. Hagan un ejercicio práctico y vean a su alrededor quién es de verdad más feliz. No por serlo se tienen menos arrugas o más propiedades ni más inteligencia. Aunque los que dirijan las grandes empresas mundiales tengan propiedades, sean guapos o inteligentes, habrá que enseñarles que la vida dista mucho de lo que entienden por bueno. Y a muchos de nosotros, también, pero con la cooperación necesaria de los que nos vienen inoculando los referentes de felicidad y bienestar desde que nacimos. Que sea verdad eso que nos decían de pequeños:

"Cuando seas mayor harás lo que quieras". Aforismo materno.

21 de febrero de 2011

Industrialización del alma

Me produce tristeza y gracia a la vez -algo parecido a la melancolía- ver a los que interpretan las cosas dispuestas entre sus ojos y la mesa del despacho o la lata de cerveza que va y viene junto a la pelota del partido dominical. Tristeza por ver cómo somos una especie corruptible, que puede someterse a principios contrarios a su naturaleza. La industrialización ha invadido campos del alma donde no hubo barbecho. Y conviven necesidades con imposiciones. Necesidades como respirar aire puro, hacer lo que a uno le apasione, romper clichés que coartan nuestra conformidad, vivir. Imposiciones parece que hay dos. Una es la rutina vital capitalista que casi todos los ciudadanos no se plantean. Otra es sentirse culpable si uno pone en tela de juicio lo que debe hacer en un mundo industrial y capitalista. La rutina la marca el capital, el dinero, esto es, el sentido material de la imposición. El sentido inmaterial es la culpa, un sentido de culpabilidad bien explotado por la educación postindustrial y el catolicismo, que han marcado la línea del deber y el deber ser. Frases como "pudimos tener mucho dinero", "tuvo una gran oportunidad y la desaprovechó" o "debiste estudiar otra cosa que no fuera Bellas Artes/Filosofía/Filología/Interpretación/Música/Magisterio" se oyen comúnmente de personas que proyectan su sensación de fracaso, que tienen la visión del éxito contemporáneo o que son católicas. Parece que hemos dejado atrás los clichés, pero no sólo los hemos conservado, sino que hemos generado unos nuevos. Valorarnos a través de las cosas y/o de las personas y no a través de nuestros mismos, a través de las profesiones y no de las vocaciones o vivir guiados y no siguiendo pulsiones o pasiones propias son buenos ejemplos. Voy a parar de escribir que me encuentro un poco denso y me puedo tirar así toda la noche. Eso sí, la esperanza es tímida y nunca quiere salir de su casa: el hombre.

2 de febrero de 2011

Libre, salvo pacto en contrario

La libertad es un concepto manido, que está perdiendo su valor y fuerza. Apenas invoca su poderío la elocuencia de los grandes símbolos políticos de nuestro tiempo. Se nos está olvidando que somos libres, como decía Unamuno, de puro sabido se olvida. La libertad es una constante búsqueda de un estatus del que se estaba más cerca en la descolonización del XIX que en la ola de Obama. No queremos afrontar que somos libres y que por encima de todo está el poder de elegir. Parece que hay menos madurez social ahora que hace doscientos años. Hay miedo a sentirse solo y da la sensación, si cumplimos ciertos requisitos, de que el Estado, como madre, arropa nuestros fríos cuerpos con un manto de subsidios, seguridad social y calor político. Y así funciona la mayoría de las dictaduras, a fuerza de hacer creer al personal que está desamparado y que el Estado le protege, le cobija, le aísla del mal.
Egipto ha tomado aire gracias a la revuelta de Túnez y está despertando de esa anestesia tan bien administrada por todo dictador y que no toda fisiología tolera. Ahora vemos el concurso de acreedores que padece Mubarak. Su negocio, esto es, el Estado, se hunde y sus hijos ven evaporarse la herencia que tan diligentemente había acaparado su padre. Esto ocurre a pequeña escala en nuestras vidas, constantemente. A pequeña escala en cuanto a tamaño, no a magnitud. Hay multitud de personas que, al igual que Mubarak han tenido la suerte de aunar a unos cuantos bajo su control. Y bajo esa responsabilidad lo único que han sabido ejercer es la tiranía. Y, aunque el dominio sobre las personas sea ilegítimo, los que se subordinan al poder de tan vil tirano olvidan, con su tiranía de embuste, latigazo y caricia, que son libres. Libres para ser, elegir y amar. Libres de todo calor ajeno, ya que con el propio les basta para calentar el corazón y si tienen fortuna, el de otro que palpite en pos del suyo.

"Conocerás a los hombres el día que hayas descubierto lo que tienen en común sus corazones". Confucio

11 de enero de 2011

A fuerza de flaqueza

Estamos perdiendo la fe en nosotros mismos. No debemos de olvidar que detrás de la nómina de un trabajador, de los números que marcan el compás de las economías, de los artículos periodísticos, de los gobiernos, hay personas. Personas vulnerables. Cada vez veo en el cine películas que reflejan más la fragilidad de las personas. Las últimas que he visto, Everybody´s fine* o The king´s speech** muestran temores irresolutos, recuerdos atacantes, traumas. Las circunstancias en las que nos vimos envueltos al nacer y su trascendencia marcaron los miedos, las ansias, los traumas que hoy nos atormentan. El capitalismo necesita de otra gente, otra especie, menos humana, más maquinal. No arropa cuando hace frío ni seca las lágrimas. Fomenta nuestros comportamientos más viles y acaba con la creatividad en pos de la productividad. La uniformización de los oficios, la desaparición paulatina de la vocación son consecuencias capitalistas aparentemente indoloras para la sociedad. Nada más lejos de la realidad, pues las enfermedades del primer mundo están diezmando la salud y lo que es peor, la felicidad y la calidad de las personas. Nunca es tarde, elegir un nuevo oficio en virtud de una vocación no es un fracaso, independientemente de la edad que se tenga. Se nos está olvidando que podemos elegir y aceptamos la imposición de lo cotidiano, de una infelicidad sembrada por el sistema y regada por nuestra -tan afanosamente fomentada- indiferencia. Recuperemos la fe en nosotros y no ocultemos nuestros miedos y traumas, pues es lo que nos hace especiales, a todos. Y su resolución está más pronta si no los guardamos con celo en lo profundo del decoro mal entendido.
Feliz año nuevo.

*"Todos están bien", Kirk Jones, 2009 (original de G. Tornatore).
**"El Discurso del Rey", Tom Hooper, 2010.