Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






22 de octubre de 2011

Con altura y cariño

Recientemente ha sido asesinado Muamar El Gadafi, famoso y polifacético coronel y dictador libio. Su simbólica muerte acaba con más de cuarenta años de "reinado" y con el asentamiento histórico de la era de las "Primaveras árabes".
Estas revoluciones permiten a Occidente una visión panorámica, neutra y cómoda sobre acontecimientos donde el interés contable es el pabellón de un buque cargado de buenas intenciones y manidas palabras. Los periódicos europeos le imprimen un peralte a toda reflexión sobre el status quo en el norte de África, como si la digna Europa asintiese con decepcionada tez a sus hermanos pequeños sobre cómo hacer a tiempo las cosas. La madurez se refleja en Europa a través de lo viejo y lo viejo perdura en Europa más de la cuenta. Esos valores retorcidos, secos de la desmoronada Europa vuelven al Continente como un falso padre que, además de abandonar a su venerable y necesitada madre, Grecia, se deshace dando consejos y monta naipes colmados de comodines que priorizan la mimada voluntad de décadas de abuso, derroche y delirio de un anciano europeo torpe y conservador. Y mientras tanto vomitan de terror todos los tiranos que antaño taparon su frío con la suave manta de la diplomacia y logística europeas que pedía a cambio petróleo barato y quién sabe qué cosas, ¿acaso las veremos?. De momento lo único que no vemos en las revueltas árabes son mujeres ni un espíritu que trascienda el mero derrocamiento del líder.
La reforma que todos esperábamos, tanto aquí como allí se hace esperar en pos de una contrarreforma que consiste en apuntalar, sin que nos demos cuenta, a dictadores más temibles que Gadafi. El capitalismo es la máquina de la contrarreforma y es muy precisa, engendra dictadores, cadenas de dictadores y teje con finura sus relaciones, tanto visibles como invisibles. En Europa todos somos resultado de esa máquina que a través de la educación nos ha inculcado sus valores y ansias. Una de sus ansias es el dinero, que corrompe más a los hombres que a las mujeres. Los hombres son capaces de renunciar por dinero. Renunciar a su honor, a su vida, a sus hijos. La mujer, extensivamente, no renunciaría nunca a su hijo, el mismo que ha crecido dentro de ella y que ella ha cuidado aún sin verle la cara.
La mujer tiene en su mano un poder infinito que ni Gadafi ni Europa ni Dios puede competir con él. Ya sea a través de interpretaciones sesgadas del Corán, de Leyes que la impidan conducir, de horarios laborales imposibles de compatibilizar con una vida saludable o estigmatizándola a través del pecado original. La mujer ha sido muy temida desde antiguo y lo sigue siendo. Ya es hora de que el hombre admita la realidad de las cosas y le ceda el testigo de lustros a un género que ha preferido no discutir, sino parir y querer. Y estoy hablando del hombre y la mujer con altura y cariño, sin caer en la absurda disputa banalizante. Espero que la revolución sea, por fin, mujer.