Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






11 de noviembre de 2012

Siempre fuimos pobres

 Amaia se ha tirado al vacío en Bilbao. Le iban a ejecutar la hipoteca. Y vendrá alguna Persona más, con sus amores y arrepentimientos, que prefiera desaparecer antes que sufrir sin medida, porque le debe a una cosa -un banco no es una persona- su forma de cobijarse en el mundo de los hombres.

Veo gente paseando por la calle. Un señor tomando café, piernas cruzadas, sin periódico, pantalón de pana. Lame la cuchara tras acabar de un tímido sorbo lo que quedaba de tarde en la cafetería, aquel lugar común que comparten todas las ciudades. Paseantes solitarios o acompañados. Sin leer, sin ir a un sitio, tan solo pasear para tomar el aire, pensar. Creo que nunca he visto a tanta gente hacer esto. Agradezco a la crisis que haya traído, entre tanta crueldad, alguna virtud. Antes no paseabas, uno iba de un sitio a otro. Ir a cenar, a comprar, al cine, a Hacienda, a ver a la abuela, a Paco, a Jesús, a una reunión, a dormir. Me da la sensación de que nos estamos acercando a nuestro corazón, cuando nos habíamos alejado de él quizá movidos por el interés de la razón, del placer que dicta la satisfacción espontánea que permite un logrado sueldo. Veo cada vez más solidaridad y curiosamente tengo cada vez conversaciones más enriquecedoras. Le agradezco a la crisis que me esté enseñado a escuchar. No habrá dinero para comprar todos los días el periódico, ¡mejor!. "No hablemos de política", oigo por ahí, "dime qué tal estás". No solo hay maldad en el cambio: hablar, hablar y pasear, pasear, querer, comer, sentir. Soñar.

A tí, Amaia Egaña.