Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






14 de julio de 2011

La isla de Pascua

El progreso y el crecimiento no son la misma cosa. Una economía basada en el crecimiento no es igual a una economía basada en el progreso.
El cuerpo humano crece, sí. El niño, esa criatura tan entrañable, es una esponja que atrae hacia sí todo aquello que le rodea. Esto es, absorbe su mundo y participa de él. Cuarenta años después, el resultado es el flujo de una esponja que chorrea la memoria de su infancia. Y dejó de crecer hace ya tiempo.
La economía es un adulto que se niega a madurar. Hace ya tiempo que debió dejar de jugar con las personas. Pero esto es una metáfora, claro. La responsabilidad la tenemos todos nosotros, que hemos madurado a duras penas en lo personal y en lo material apenas estamos en mantillas. La estructura que arbitra la economía de libre mercado, el capitalismo, es decir, lo que nos obliga a traficar con dinero, está regulado por individuos con ánimo de lucro que desconocen el impacto que tiene en las personas lo que están haciendo y también que su nombre quedará en los futuros libros de texto. La era digital, cuando el hombre llegó a la Luna, es la edad en la que el hombre mutiló el progreso para obrar en favor del sistema de comprar y tirar.
El sentido de responsabilidad intergeneracional ha descansado en la conciencia del hombre desde que se taló el primer árbol. Solamente las sociedades desaparecidas se han traicionado a sí mismas obviando que el planeta es finito, como los habitantes de la isla de Pascua. Sin embargo, Pascua es una isla. Sin pascuenses.
Creer que el capitalismo es una sucesión de primaveras en un mundo en el que ganar la lotería es lo mismo que alcanzar la felicidad es un delito en el que matamos los principios que más honorables nos hacen frente a nuestros ojos. Los mismos ojos que leerán los párrafos en que futuros pedagogos intentarán explicar el delirio que padeció el hombre en el siglo veinte.


"Cojo mi bien donde lo encuentro". Montaigne