Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






30 de mayo de 2010

Refrito de cólera

Subyace a toda cultura un prototipo que trata de imbuirse a la sociedad. En esta en la que vivimos, constriñe y genera dudas al que reflexiona. No sin tristeza, algunos nos damos cuenta de que lo que necesita esta masa es más masa. Consumir es algo perentorio, reflexionar, por contra, contingente. No se fomenta la autenticidad, ni la búsqueda por medio de métodos propios. Tampoco se impulsa la creación de una metodología sistémica original de cada uno. Los papelorrios administrativos en los que hay que rellenar y marcar con cruces se han extendido al plano mental. Cada vez hay menos colores y casi todo se centra en si es bueno o malo, según la moral pública, no la privada. Algunos se dan cuenta tarde de que en la vida no hay un ctrl-Alt-supr que elimine nuestras faltas. Sentimos que debemos, cuando el deber es algo tan abstracto como inexistente y auténtico -no exógeno. "Debo estudiar una carrera, contribuir al sostenimiento de los gastos públicos, bajar la basura los lunes, trabajar con ahínco, ser circunspecto..." Se ha inculcado el deber ser con la falsa motivación de disfrutar de derechos y, cuando no hay contraprestación posible, aparece la culpa -tan bien sembrada y después regada por algunos- como elemento propiciatorio de nuestra acción u omisión. El desconcertado que sufre la consecuencia de este refrito tan mal cocinado, se pregunta qué hace mal, sin saber que está limitándose a ser uno más y ahí es cuando aparece la temida cólera civil y a divorciarse y alcoholizarse. Los que sabemos que esto es así, nos queda -siempre- la esperanza:

"No desesperes de la especie humana. No te desanimes. Con el tiempo, el barro se convierte en mármol". Pitágoras

25 de mayo de 2010

Querida soledad

Mucho temor hay a encontrarse solo. La soledad es uno de los mayores miedos de la sociedad contemporánea. Nos hemos acostumbrado tan poco a convivir con nuestro interior, que puede que suplamos esa amistad necesaria con la convivencia en sociedad e, incluso, que temamos ese desconocido que somos cada uno. Quizá sea una causa o la causa de la causa (en palabras de la jurisprudencia penal del Tribunal Supremo) de la falta de introspección. Al igual que es bueno ayunar de vez en cuando, debe ser sano aislarse -que no quedarse solo- un tiempo. Nuestra identidad se difumina cuando nos mimetizamos con el ambiente cotidiano, resta esencia, diluye nuestro carácter. Una meta en la vida es conocerse y ser amigo de nosotros mismos, el mejor amigo. Hay que ser críticos, sí -eso está de moda-, pero también debemos querernos, cuidarnos y no ser severos. Desterremos la severidad, es algo anacrónico. Para alcanzar eso debemos saber qué cesiones soberanas hacer, manteniendo nuestro ser, nuestro "siendo". De este modo, debemos conocernos para saber qué es soberano, qué no y qué somos, quiénes somos, reconocer y conocer nuestros traumas y explotar virtudes. La soledad es una gran amiga de nuestro interior y ayuda inestimable del diálogo con nuestra razón y "co-razón".

"¿Por qué los hombres rehúyen la soledad?. Porque son pocos los que se encuentran en buena compañía cuando están consigo mismos". Carlo Dossi

24 de mayo de 2010

Sobre la torpeza

España está de tal modo irreconocible, que se le puede reconocer por lo rara que está. Los pilares del Estado, el poder ejecutivo, el judicial y legislativo, se han alejado tanto de la previsión jurídica establecida para sus errores, que no hay aparato sancionador establecido que castigue o remedie semejante coyuntura. Desde luego, hemos perdido la seriedad, en general. Los escándalos hoy día son tan ruinosos y cutres que ni merecen ser delitos; son torpezas. Efectivamente, hay algo peor que el delito: la torpeza. No hay Estado capaz de sancionar la torpeza. Las circunstancias en las que está inmersa ahora España, no las ha vivido país alguno y no veo experiencias análogas a esta. El torpe no va a la cárcel, pasea su vacuidad por las calles, con su torva faz enarbolando el estandarte de su merecida y pudenda mediocridad. El legislador tiene que afrontar el estado actual de cosas y enfrentar la patanería que inunda la atmósfera, pero si el legislador es un torpe, no sé cómo vamos a superar estas mareas. Y si el legislativo sigue metiendo el régimen de acceso a la abogacía en las disposiciones adicionales de la Ley de Hidrocarburos, dentro de poco no va a saber si legislar o ponerle un manillar al bidé.

"La seriedad es como la corteza del árbol de la sabiduría; sirve para preservarla". Confucio

12 de mayo de 2010

Dos formas de castigar: castigo y recompensa

Vivimos en una sociedad que ha heredado los defectos y disfrutó las virtudes judeocristianos. Resultó funcional un credo que sentaba las bases de la convivencia, pero esa funcionalidad caducó hace unos mil años. En ese punto, alcanzada una razonable paz social mediante axiomas con mandatos legitimados por lo divino y de calado moral, se podía haber progresado con otro sistema, que fomentase la virtud y no la recompensa y el castigo como fuente inspiradora de la conducta. Esta es nuestra herencia: la meritocracia. Hoy, en el siglo XXI los procesos mentales se rigen por acciones que crean satisfacción o culpa, una forma de recompensa y castigo. Este es un esquema mental, sirve para mecanismos mentales que siguen el mismo cauce. Difícil es encontrar a alguien que, como dice el Baghavad Gita, se deje llevar por el acto mismo y no por sus ventajas. El móvil de nuestras acciones no es la acción en sí: es su recompensa, esto es, el reconocimiento, la satisfacción, la realización. ¡Despertemos!, esos sentimientos son consecuencia, no causa de nuestros movimientos, así debería ser. Valores, convicciones son los que marcan la pauta a la hora de actuar y deben ser de calidad, nouménicos, ¿acaso no estamos convencidos de nuestras convicciones?. La sociedad no es buen ejemplo a seguir: los premios, "la lotería", las recompensas no son sanas para nuestra mente, no tenemos madurez suficiente como para disfrutarlos. No hay reconocimiento, recompensa, alhaja que premie seguir los valores y convicciones de uno mismo. A los que lo hacen cada día, les dedico mi admiración y cariño como humilde recompensa consecuente, no causante.

"No hay virtud más bella ni mayor victoria que saber gobernarse y ser dueño de sí". Carola Brantome