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12 de mayo de 2010

Dos formas de castigar: castigo y recompensa

Vivimos en una sociedad que ha heredado los defectos y disfrutó las virtudes judeocristianos. Resultó funcional un credo que sentaba las bases de la convivencia, pero esa funcionalidad caducó hace unos mil años. En ese punto, alcanzada una razonable paz social mediante axiomas con mandatos legitimados por lo divino y de calado moral, se podía haber progresado con otro sistema, que fomentase la virtud y no la recompensa y el castigo como fuente inspiradora de la conducta. Esta es nuestra herencia: la meritocracia. Hoy, en el siglo XXI los procesos mentales se rigen por acciones que crean satisfacción o culpa, una forma de recompensa y castigo. Este es un esquema mental, sirve para mecanismos mentales que siguen el mismo cauce. Difícil es encontrar a alguien que, como dice el Baghavad Gita, se deje llevar por el acto mismo y no por sus ventajas. El móvil de nuestras acciones no es la acción en sí: es su recompensa, esto es, el reconocimiento, la satisfacción, la realización. ¡Despertemos!, esos sentimientos son consecuencia, no causa de nuestros movimientos, así debería ser. Valores, convicciones son los que marcan la pauta a la hora de actuar y deben ser de calidad, nouménicos, ¿acaso no estamos convencidos de nuestras convicciones?. La sociedad no es buen ejemplo a seguir: los premios, "la lotería", las recompensas no son sanas para nuestra mente, no tenemos madurez suficiente como para disfrutarlos. No hay reconocimiento, recompensa, alhaja que premie seguir los valores y convicciones de uno mismo. A los que lo hacen cada día, les dedico mi admiración y cariño como humilde recompensa consecuente, no causante.

"No hay virtud más bella ni mayor victoria que saber gobernarse y ser dueño de sí". Carola Brantome

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