Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






28 de octubre de 2013

La toga de Hitler

Hace poco tuve noticia de un experimento que se hizo allá por la década de los 60. Un tiempo conocido por exaltaciones estudiantiles, por furgonetas Volkswagen, pantalones de campana y menos por el proceso de reconstrucción alemana y al auge de un sentimiento de culpa social que permeaba en todo alemán. Este experimento lo ideó Stanley Milgram en 1968 y consistía en examinar hasta dónde estamos dispuestos a llegar con tal de obedecer una orden, pasó a los archivos como el "experimento Milgram". Pensó que iba a ser cruel un aproximadamente 0% (cero por ciento) de las personas con las que se experimentaría. Resultó que un 65% de los sujetos que se sometieron al experimento -que podríamos ser usted o yo, o los dos- llegaría a matar a otro con la excusa de adecuarse a órdenes. Sin tener una motivación, una patología o un particular gusto por matar, más de la mitad de nosotros lo haría si su "superior jerárquico" se lo pidiera. Esto es, dejamos de lado el imperativo categórico* a la hora de someternos, la heteronomía del imperativo categórico aparece aquí: la moral, la religión, los valores y creencias se nos olvidan para entrar en modo obediencia, imposición irreflexividad. Esta es la pedagogía silenciosa, la que -parafraseando a Unamuno- de puro sabido se obvia. Las pequeñas bromas entre cervezas, esa jerga de bar que se dice para formar pandilla de sala de espera; una conversación con cáscara de amistad, parece que esa es la verdad que asoma con inocencia y que no distingue víctima ni verdugo. Esa sensación de sentirse del grupo, entre amigos, en el trabajo, en la Universidad, por la calle es la misma que llevó la mayoría de alemanes a un delirio colectivo que llevó a la muerte a cincuenta millones de personas e hizo sufrir a medio planeta.

Tramaríamos cariño con alguien al que luego haríamos sufrir por mor del deber de obediencia en lugar de observar y untar nuestras concavidades con la duda, de analizar aunque sea frugalmente cualquier cuestión que se nos plantee. Esto quizá sea tener sentido crítico o, por lo menos, forma parte de él. Creo que alejarnos de la selva, de los montes, "del campo" como decimos en España, nos ha hecho olvidar que bajamos del árbol hace más bien poco y que no se debe de dejar la educación al arbitrio del capital. Sin educación no se ejerce la libertad. Sin autonomía, libertad e independencia somos cuerpos articulados, togas con las que otros se vestirán y usarán para limpiarse la boca con sus mangas o quién sabe qué cosas.

"Sapere aude" (atrévete a saber). Horacio

*Kant, Immanuel. Fundamentación para la metafísica de las costumbres. 1785.

1 de octubre de 2013

Seguridad, colchón y sorpresa

La seguridad jurídica es un concepto que se vertebra a través de que la consecuencia jurídica de un acto sea previsible y cognoscible, esto es, que se pueda deducir o que uno se pueda informar antes de que la Justicia actúe.
La sorpresa (que no es una monja en la cárcel) es algo que nos anima y algo a lo que tememos. Tememos un problema por las consecuencias que nos imaginamos, no por las que luego sufriremos. Y el temor marca la pauta de la política de los países "más desarrollados". Se trata desde todas las disciplinas profesionales de crear un "colchón" que haga cognoscible lo que antes era obra de la Fortuna. Creamos ese "colchón" a través de la normalización, reglamentación, hacer previsible lo que con el estado de la técnica no lo es.
En los colegios occidentales se enseñan reglas, procesos, en la Universidad, también y ya en el trabajo se hace lo mismo, siempre sobre el "colchón" de un Estado maternal que vigila, fomenta y sirve. Así vivimos unos 450 millones de personas en el mundo: temiendo lo imprevisible. La sorpresa tiene un cariz negativo, un aura de locura de lo "no reglado". La sorpresa es la base en el amor y la vida es sorpresa, la naturaleza sigue solo en forma un proceso normalizado, pero ninguna primavera se parece y ningún paseo tampoco. El Derecho necesita de la seguridad jurídica para existir, debe ser previsible y cognoscible y hay materias, trabajos que también, pero nosotros debemos examinar si algo nos sorprende, porque no nos damos ni cuenta cuando algo nos asombra. Espabilar los ojos y el oído, afinar el gusto para encontrar sorpresas. Eso y renovarnos, examinar con introspección nuestros valores y ver si existe una correspondencia entre lo que pensamos, hacemos y decimos. No ser como nuestro trabajo o como las leyes, ser libres de sonreír sin causa, de amar sin propósito.

"Sorprenderse, maravillarse es comenzar a conocer" José Ortega y Gasset