Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






7 de septiembre de 2013

Llueve sobre Malabo

El Mundo, palabra curiosa. Hace referencia, según yo lo veo, a los Hombres. El Mundo no es una imagen, el planeta sí, la Tierra también. El Mundo son las personas, los animales, los sonidos, las plantas, incluso el Sol. Pienso que vivo en un mundo que no es el Mundo. Conocí a una persona hace poco que ha abierto en mí reflexión acerca de las personas dentro de este ordenado caos que es lo natural. Existen capas en la Sociedad que normalizan a las personas, las vuelven "no personas". Tener un trabajo con un sueldo que permita lograr la tranquilidad es algo imposible para casi toda la población. Sin embargo las personas que sí tenemos acceso a ese estatus nos encontramos ante la cercanía de un Mundo que consideramos pequeño. Te vas a vivir a San Francisco, a Kuala Lumpur, a Sidney o a Montevideo y tienes lo que la Sociología llama "no lugares": sitios en los que uno se siente como en casa porque, precisamente no tienen carácter propio (trato de evitar la palabra "identidad" siempre que puedo). Una carretera no tiene personalidad, es asfalto, un aeropuerto y un hotel tampoco y muchas casas empiezan a no tenerla. La tranquilidad que aporta lo uniforme es una tendencia para mantenernos lisérgicamente serenos. De lo que me doy cuenta es de las otras capas que existen y me parece aberrante que lo llamemos capas, me parece feo que yo haya llamado así a hombres. Hombres, mujeres y niños que viven más cerca del Mundo que yo. Sienten la lluvia de África sobre la piel cuando llevan el ganado, tienen 24 años y tres hijos, trabajan desde pequeños y viajan forzados por las circunstancias o los deseos de un dictadorcillo que finge unas elecciones para que le lleven la comida en concorde desde París o que masacra pueblos enteros para poder construir una refinería que dé riqueza a un país hambriento que nunca verá emolumento alguno fruto de aquellas rentas de petróleo, azúcar o café, niños de seis años que cuidan a sus hermanos de dos mientras su madre recolecta comida o planta arroz. Estos son países del "Tercer Mundo", un mundo donde no existen apenas los "no lugares", donde hay árboles, sabanas y donde los impacientes hombres de negocios del "Primer Mundo" hemos metido el hocico para que gusten en gastar dinero, en comprar cosas que fabricamos, les regalamos armas para que "desestabilicen" zonas en las que tenemos algún interés y nos den diamantes, oro, maderas preciosas o petróleo para comprarnos más armas, pistolas por diamantes, hierro por joya. Y nos llamamos a nosotros mismos "Primer Mundo", la Europa de Juana de Arco, de Aristóteles, de Rousseau, de Carlos III, de Hume, de Simone de Beauvoir, de Tolstoi. La que pronto será la primera potencia mundial tiene al mitad de su gente viviendo en su puesto de trabajo, durmiendo en una silla porque sale mejor, así no hay que desplazarse, pedaleando sobre una máquina que cose prendas baratas aquí y caras allí o respirando vapores de soldaduras con metales pesados para hacer una tableta electrónica que quizá olvide su futuro propietario en un café de alguna vía principal de la capital. Siento cierta envidia de ver los ojos de auténticos sabios de 20 años "tercermundistas" que han experimentado tanto miedo, alegría, paz, que han visto crueldad pura, amor de madres luchadoras, abandono, hambre y sonríen, lloran, odian, aman, tocan, viven... viven abrazando al Mundo, palabra curiosa.

"Conquístate a ti mismo y el Universo será tuyo". Swami Vivekananda