Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






11 de abril de 2010

Erithacus rubecula

Estamos perdiendo referentes, olvidando nuestro origen. La ciudad ha invadido tanto a la gente que no nos paramos a pensar que hay más árboles que el pino y más animales que las palomas y los perros. En un pueblo la gente suele conocerse, en todo caso, se saluda. En una ciudad, no. Las virtudes y los vicios quedan al aire en un pequeño municipio y la ciudad puede servir, incluso, para camuflarse. No es raro ver agresiones por la calle de una capital y tampoco es raro no asombrarse de que los viandantes no intervengan o no se emocionen ante el espectáculo. En el pueblo el agresor es conocido y notoria su reputación. Y un pueblo no es comparable a una gran urbe, no es una ciudad en pequeño, porque los valores son distintos. Un ciudadano espera servilismo en una aldea y no se da ni cuenta. No ve como superfluos ciertos servicios urbanos a los que se ha acostumbrado y ve ahora como irrenunciables. Para un urbanita de manual el pueblo es un atraso y establece -por ignorancia- una comparación, cuando son términos incomparables. El entorno rural fomenta la virtud, los sentidos, el ingenio. No caigamos en la torpeza de decir que no nos hace falta nada para vivir y ser felices -refiriéndonos a ir al campo a vivir-, porque vivir en un entorno rural es un lujo que no muchos aprecian.

"El hombre superior piensa siempre en la virtud; el hombre vulgar tan solo se preocupa de la comodidad". Lao Tsé

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