Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






16 de septiembre de 2010

Merecer la corbata

A veces, la consecuencia de nuestros actos pesa más que lo que nos motiva a hacerlos. Olvidamos que la consecuencia es caprichosa y nosotros, falibles. Morir tranquilo, aunque tengamos unos segundos de reflexión antes perder el calor, es una meta difícil para los comportamientos de un mundo donde reina el capitalismo.
Está de moda que las grandes empresas tengan un responsable de cumplimiento (una figura inglesa, el chief compliance officer) que se añade a las comisiones de ética. El otro día leí en el periódico que Mark Hurd, presidente de la multinacional americana, HP, fue destituído por incumplir las disposiciones del código de conducta de la empresa. Es ridículo, pero lo es más que deban institucionalizar la moral en cualquier negocio. Viene mamá y castiga al nene. Ya no sólo se nos trata como niños en los colegios, sino que también en la Universidad y, para colmo, en el trabajo. Una comisión, ni corta ni perezosa, decide despedir al jefe de la mayor empresa tecnológica del mundo por sus intimidades de alcoba. Por muy escandalosas que fueran, intimidad y trabajo no son la misma cosa. Grandes empresarios de "éxito" han sacrificado su tiempo -su vida-, centrando sus esfuerzos en conseguir dinero, fama y reconocimiento. Ahora están divorciados, son alcohólicos o tienen problemas de salud típicos del primer mundo (estrés, cáncer, inestabilidades, alteraciones del sueño...). Sacrificaron pensar en el acto y explotaron sus consecuencias, ¿no creéis?. Con honestidad no se construye una empresa. El honor, la lealtad, el amor, la dignidad o la prudencia no son consecuencias de ningún comportamiento, sino rasgos del carácter. Y como decía Aristóteles, el carácter es el resultado de nuestra conducta. ¿Usted qué piensa?.

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