Bienvenidos al club del descontento. Aquí se revelan inquietudes, de toda disciplina y condición. Ya sean divinas o humanas, para regodeo de todo espectador que desee sumergirse en tan tupidas letras, bien del rebaño o egregio cual maverick.






4 de junio de 2010

Oído cocina

Puedo vislumbrar cuál es la causa o causas de la sobrevaloración de lo visible, de lo estético. Ésta es la época del ojo y el ojo engaña. Eso sin tener en cuenta a los que se limitan a ver y no observan. El oído ha perdido su prestigio -en sentido mágico y glamuroso- y es, sin duda, quien aporta verdadera belleza. Nos enseña el arte del matiz y lo sutil, mientras escuchemos. Bien lo saben los músicos que, sin duda, se quedarían ciegos antes que sordos. Y lo primero que aprenden es la diferencia -fundamental- entre escuchar y oír. Los estetas, dudo que tengan las mismas preferencias. Un ciego es capaz de ver con el oído; es prudente y circunspecto por obligación natural. Cierto es, que determinados usos sociales no los puede ejercer ni apreciar: no sabe qué tonos están de moda, no gesticula, ignora cómo es el último modelo de teléfono móvil, no puede preguntar cómo se hizo uno esa herida... Vivimos en la cultura de lo vistoso, llamativo, del disfraz. Pensemos sobre los disfraces que nos ponemos nada más levantarnos y sobre los que nada más levantarnos llevamos puestos. La cultura del ojo se extiende a nuestra configuración mental y preferencias. Las apariencias juegan un papel crucial hoy día, no hay fusión empresarial, acto diplomático, de Estado, bautizo, juicio o conferencia que no esté asesorado por el engaño estético. El buen oído aparta lo superfluo -esencial para los estetas- y aporta a nuestro entendimiento lo sustancial. Escuchemos, por tanto, los colores de la vida y encontraremos nuestro preferido.

"Hay que escuchar a la razón, pero dejar hablar al sentimiento". Robert Schumann

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